I

Imagen sacada de aquí


La vi desde el coche. Los torreones cuadriculados asomando entre las copas de los árboles y ese color azul tan característico de la fachada aparecieron ante mis ojos por  vez primera desde hacía mucho tiempo. Los cristales de las ventanas, oscuros como la noche, contrastaban con el blanco intenso de los marcos y contraventanas, más intenso aún si cabe por la fachada en la que pegaba el sol. Habían pasado muchos años desde el día aquel en que siendo una niña, dejamos esa casa de manera repentina para marcharnos lejos, tan lejos que era inalcanzable al entendimiento de mi corta edad. Todo lo que había vivido allí, todo lo que representaba para mí. Todo quedó atrás. Lo único que vinieron conmigo fueron algunos trastos y recuerdos, una maleta vieja llena de ropa en la que, muy a mi pesar, no cabía todo aquello que de verdad necesitaba llevarme de allí, y una punzada de dolor en el estómago que tardó años en desaparecer.
Jamás volví a saber nada de mis amigos, de mis vecinos, de todo cuanto me rodeó en mis años de infancia, si bien apenas mantuvimos el contacto durante unos años con una tía de mi padre, la cual acabó falleciendo, y con ella casi todo lo que me unía a aquel pueblo, a aquella vida.

Los recuerdos se habían sucedido aquella mañana dentro del coche durante el largo trayecto, más sabiendo hacia dónde me dirigía, y por qué razones. El mar estaba en calma, como un plato, el sol relucía sobre la superficie mientras unas gaviotas revoloteaban cerca de los acantilados y a lo lejos se vislumbraba un velero. El olor a salitre se colaba por la ventanilla de mi acompañante, quien al mando del volante, supuse que se hallaba inmerso en sus propias cavilaciones. Hacía ya al menos un par de horas que se había quedado callado, al ver que mi mente y mi atención estaban muy lejos de aquel coche. Sea como fuere, agradecí enormemente poder sumergirme en mis recuerdos, ahora sí, más intensos a medida que nos íbamos acercando, y en el paisaje que se abría ante mis ojos. Al otro lado, opuesto a la costa, los grandes prados de color verde por los que tantas veces había correteado se expandían en todas direcciones, montes, valles, robles, ríos... vida. Ante mí estaba todo aquello tan distinto de la ciudad, todo aquello de lo que hablan esas canciones de folk que escucho de vez en cuando, cuando renace en mi la necesidad de volver a sentir ese algo que todos cuantos me rodean en mi día a día no sabrían entender.
El cartel nos indicó que ya nos encontrábamos muy cerca. A un lado de la carretera, las últimas vacas de la temporada pastaban tranquilamente ajenas a nuestra llegada, mientras un hombre entrado en años y poco abrigado arreglaba un estacado de madera con unas tenazas y algo de alambre. Más de cerca, las chimeneas humeantes de los tejados trazaban en el cielo gris el mensaje de que el otoño y los días fríos ya habían llamado a las puertas.

No sabría decir exactamente en qué había cambiado todo aquello, porque mientras más nos adentrábamos en el pueblo, más me parecía que estaba todo tal cual lo recordaba. La panadería, el viejo lavadero, la cuadra de Elías donde jugué tantas veces con mis amigos entre la hierba, la iglesia, la plazoleta con la fuente, la bolera, ahora semi abandonada, la escuela y el pequeño parque rodeado de árboles donde unos viejos columpios añoraban tiempos mejores. Muchas casas habían sido reformadas, aunque respetando el estilo típico de la zona. Tal vez el color era distinto, pero surgió en mi una sensación de alegría, una emoción  y esa sensación se hacía más presente a medida que subíamos por la calle principal.

De repente, surgió de entre los árboles, grande, señorial, distante, como esas damas de alta alcurnia de principios del siglo XX que se saben admiradas por cuantos caballeros pasan a su alrededor.

To be continued...

10 comentarios:

Sito dijo...

Me encanta el Blog Anjana. Yo tambien me quedo en tu precioso Desván.
Un beso.

El tejón dijo...

Y a mi que se me hace que esa casa de indianos la he visto en algún lugar.
Quedo expectante esperando la continuación del relato.
Un beso.

Anónimo dijo...

Si, es la Quinta Guadalupe, en Colombres. Ahora es un museo de indianos que me muero por conocer.

Besos

Lily dijo...

Preciosa descripción!!
Escribes increíblemente!
Me encanta tu blog, cielo

Un beso

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Lily, pero nada que ver. De hecho nunca había escrito, al menos que yo recuerde lo hacía cuando era pequeña, pero me gusta juntar letras y ver qué sale! :)

Besos

Alfonso Caso de los Cobos Martinez dijo...

Anjana, espero no te importe que nos quedemos en tu desván, para disfrutar de esos maravillosos relatos que nos obsequias y que derrochan tanta ternura.
Un abrazo.

Orquídea dijo...

Delicioso relato linda, gracias por tu visita, nos seguimos leyendo.

Besos y abrazos desde la distancia más cercana.

Marisa dijo...

Precioso viaje a la infancia, en el que describes con una gran belleza todo el paisaje que corre a través de esa ventanilla del coche, paisaje que parece una verdadera fotografía de las tuyas por la precisión de tu descripción.
En esa maleta vieja de la que hablas, en la que metiste tus cosas, olvidaste incluir algo...quizás sea el momento de ir a recuperarlo...

Espléndido tu relato, Anjana. Estaré atenta a su continuación.

Un fuerte abrazo.

Lily dijo...

Feliz Navidad, cielo!
Espero que pases una noche estupendaen compañía de los tuyos :)
Un beso desde las estrellas

Unknown dijo...

No se que pasa que no se ven las fotos.
Un saludo